Los primeros años de vida se caracterizan por un aprendizaje continuado que asienta las bases de nuestro desarrollo. De ahí la importancia de poder detectar algunos signos de alerta, que nos ayuden a guiar este desarrollo por el camino adecuado, y de ser necesario, si los observamos en nuestro hijo, acudir a un especialista que nos informe y oriente.
Algunos de estos signos son los siguientes:
- No reacciona ante sonidos y luces.
- No responde a su nombre.
- No demanda la atención del adulto.
- No mira a la cara en las interacciones comunicativas.
- Se muestra permanentemente irritable.
- Se observa una pasividad excesiva.
- Es incapaz de desarrollar el juego simbólico (capacidad de imitar situaciones de la vida real y ponerse en el lugar de otro).
- No señala lo que desea.
- No inicia el balbuceo o una vez iniciado desaparece.
- Muestra estereotipias verbales (sonidos, sílabas o conjunto de palabras que emite repetidamente cuando intenta hablar en cualquier situación comunicativa).
- No se interesa por el entorno que le rodea (objetos, personas…).
- No tolera cambios en las texturas y consistencias de los alimentos.
- Entorno a los 24 meses no comprende entre 100 y 200 palabras y no utiliza alrededor de 50 para comunicarse (principalmente sustantivos).
La detección precoz es fundamental para estimular y favorecer un desarrollo evolutivo lo más normalizado posible. Así, podemos realizar una intervención temprana para optimizar los resultados. Hay que tener presente que cada niño tiene un ritmo de desarrollo diferente y es habitual y normal que muestren más avances en unas áreas que otras. Es muy difícil, si nos basamos en comparaciones con otros niños, distinguir lo que es evolutivamente normal y lo que no. Por ello, ante cualquier duda, podemos consultar al profesional encargado del área.